Soñar, escribir ficciones (como leerlas, ir a verlas o creerlas) es una oblicua protesta contra le mediocridad de nuestra vida y una manera, transitoria pero efectiva, de burlarla. La ficción, cuando nos hallamos prisioneros de su sortilegio, embelesados por su engaño, nos completa, mudándonos momentáneamente en el gran malvado, el dulce santo, el transparente idiota que nuestros deseos, cobardías, curiosidades o simple espíritu de contradicción nos incitan a ser, y nos devuelve luego a nuestra condición, pero distintos, mejor informados sobre nuestros confines, más ávidos de quimera, más indóciles a la conformidad.-.-.-

lunes, 26 de julio de 2010

Extrañas coincidencias

Termina otro día más en la vida de Juan. Como todas las tardes, regresa exhausto de su trabajo como demoledor de construcciones. Comienza a anochecer y el sonido de pasos siguiéndolo lo inquietan. Aligera el paso y comprueba que su perseguidor también lo hace. Decide cambiar de rumbo a fin de despistarlo, pero comprueba que se haya en un callejón sin salida. Sin tener tiempo siquiera para reaccionar, Juan recibe un certero golpe en su nuca y se desploma en la acera.

Sus ojos se abren lentamente y tardan en acostumbrarse a la claridad del día. Siente un dolor punzante en su cabeza, y eso le recuerda el motivo por el cual se encuentra tendido en el suelo. Pero ya no se encuentra en el callejón, sino que en su lugar, vislumbra una vieja edificación de madera que, a simple vista, brinda tal sensación de fragilidad que bastaría con un soplo para desplomarla. Agudiza sus sentidos en aquel extraño territorio y es así como identifica de inmediato el sonido de risas de niños, chillidos de mujeres posiblemente envueltas en una acalorada discusión y un inconfundible aroma a puchero. Juan se levanta y camina con cautela en dirección a la peculiar vivienda. Llega a un patio central y observa la escena con estupor: un grupo de chiquillos saltando a la rayuela, otro par disperso por el suelo muy concentrado jugando a las bolitas, un muchacho canta a capella un melancólico tango, mientras es elogiado por un petiso rechoncho con un -bene Carlitos, bene-, dos señoras mayores reclaman a gritos su turno para usar el “piletón”, y un hombre golpea una puerta sin cesar mientras maldice al “gallego” que no se digna a salir del baño. Al echar un vistazo hacia su alrededor, Juan comprueba que la construcción esta conformada por un sinfín de precarias habitaciones, en las que parecieran vivir familias enteras en condiciones de hacinamiento total. Alguien por fin advierte su presencia. Es el petiso mofletudo quien, en un rudimentario castellano, le pregunta si efectivamente es el primo vasco de José, al mismo tiempo que contempla sus ropas con una mezcla de extrañeza y desaprobación. Sin esperar una respuesta a su pregunta, continúa ponderando a Carlitos, el muchacho de gomina, y a su presentación del día anterior en el mercado del Abasto. De un segundo a otro, la Policía irrumpe en el lugar junto a un calvo cobrador de alquiler, quien tras señalar uno de los cuartitos, indica a los uniformados que fuercen su puerta y es así como éstos desalojan violentamente a todos los integrantes de una familia, en su mayoría niños, que desconsolados se aferran a la falda de su madre. Juan se convierte sin querer en partícipe de la batalla campal que inician todos los inquilinos con el fin de solidarizarse con la causa y, al mismo tiempo, en víctima de la represión policial. Tras recibir un bastonazo en su cabeza, cae desplomado una vez más en el suelo y pierde el conocimiento.

Despierta y siente todos sus músculos entumecidos, tal como si hubiera sido apaleado. Al abrir sus ojos comprueba que se encuentra nuevamente en el callejón y se convence a si mismo de que todo fue parte de un sueño, uno muy real por cierto. Juan sigue su rutina habitual y se prepara para su trabajo. No sospecha que esa misma mañana deberá demoler un viejo conventillo en el barrio de la Boca, que inexplicablemente le resultará familiar.


"Construcción de un mundo posible" - Viaje al pasado.

Realizado para el Taller de Expresión I Cátedra Reale UBA

miércoles, 26 de mayo de 2010

Y finalmente lo hice. ¿Quién hubiera dicho que el gordito ese que todos molestaban iba a hacer algo tan importante como esto? Porque no me tembló el pulso cuando gatillé las cinco veces, eso nunca. A ver qué dicen ahora, que el don nadie va a ser famoso en todo el mundo, que voy a ser una celebridad, que ya no voy a ser el fracasado de siempre, que ya no voy a ser el cero a la izquierda que todos pisoteaban y maltrataban y ofendían y… Quisiera ver su envidia ahora.
Yo sabía que debía esperarlo en la puerta de su edificio y que pronto aparecería y luego todo sería tan fácil, pum pum y listo. Lo malo fue después con los gritos de su mujer, quería que se callara y ella que no paraba de chillar y yo que quería leer tranquilo mi libro esperando a que llegara la policía.
Y es que él lo tenía todo: fama, dinero, talento, todos lo amaban y respetaban, ¿y quién me quería a mí, a quien le importaba yo? No era justo. Sé que Dios no me va a castigar, porque él era el pecador, no yo, él fue el que dijo que era más grande que Jesucristo, y eso sí que el Señor no lo perdona, oh no. Sí que merecía morir. Era un pecador que quería imaginar un mundo sin países y sin cielo y sin religión…Qué pecador más grande era, debía morir.
Y qué me importa si termino en la cárcel, y qué me importa a mí, si ahora yo también voy a ser una celebridad. Voy a gritar a los cuatro vientos que no me arrepiento de haberlo hecho, que se lo merecía, que yo lo maté, que todo fue tan fácil, pum pum y listo.


Trabajo para el taller: Monologo interior. (Mark Chapman y el asesinato de Lennon)

lunes, 10 de mayo de 2010

Sentada en la oscuridad lo único que podía pensar era que los ángeles también mueren.
Aferrada a mis piernas que no hacían más que temblar violentamente y con mi respiración acelerada a causa del temor que me invadía, sólo pedía volverme invisible. Eché un vistazo a mi alrededor y contemplé el horror reflejado en los rostros de todos los presentes. Los extraños ruidos proseguían y a ellos se sumó el sonido de pasos acercándose con cautela a la puerta de nuestro anexo secreto.
Con el corazón en el puño, un frío escalofrío recorrió mi espalda. Tras dos años habían encontrado nuestro escondite. -¡Si todo hubiera sido diferente Kitty!- me lamentaba amargamente. Al escuchar a los intrusos intentar remover el armario que ocultaba la entrada, cerré resignada mis ojos y una lágrima se deslizó por mi mejilla. Allí fue cuando mi padre tomó con firmeza mi rostro entre sus manos y susurró: -Ana, pase lo que pase siempre estaré contigo-. En ese instante la puerta finalmente se abrió y dejé mi destino librado al azar.


(Fragmento de lo que podría haber sido la última página del diario de Ana Frank)

lunes, 22 de febrero de 2010

La historia inconclusa









Dos grandes ojos azules contemplan maravillados la poética forma en que el cielo raso del techo de su nueva casa se desprende, dejando, en su lugar, una enorme mancha de humedad, que en la mente soñadora de esta joven, se asemeja mucho a un barco a punto de zarpar. Su imaginación, desde pequeña, siempre se caracterizó por no tener límites; de esta forma, solo le basta mirar absorta a su alrededor unos instantes, para que un sin fin de ideas aparezcan en su cabeza y las pueda volcar a su viejo anotador de cuero color café. Este fue su compañero fiel durante su infancia, y lo es todavía ahora, a sus veintitantos. Sus intensas pupilas revelan claramente el pesar que la invade y que intenta evadir conduciendo a sus pensamientos a mundos mejores, realidades alternativas, que solo existen en su imaginación, pero que la reconfortan enormemente. –¡Si todo fuera tal como lo soñamos!- se lamenta amargamente. Decide aislar su mente del chirrido incesante de las tuberías, de los gritos provenientes del piso de arriba y sobre todo, de aquél mal de amores que todavía la persigue mordazmente y la hiere aun más, y llega a la conclusión de que la mejor forma de hacerlo es, tal como siempre lo ha sido, refugiándose en la escritura.

Toma su anotador predilecto, raído por tanto uso, cierra sus ojos y busca en los recovecos de su cabeza alguna idea. La imagen de un joven abatido en una oficina viene rápidamente a su mente, y considera que puede ser un punto de inicio para su historia.



"Suspiré largamente y conté hasta diez.

Ya era el décimo método que probaba para tranquilizar mis nervios y evitar así que un impulso violento se apoderara de mí y le diera aquél tan anhelado golpe a mi jefe directo a su nariz.

Se retiró de mi oficina con su soberbia mirada triunfante, mientras mi puño, por lo bajo, seguía fuertemente apretado, amenazante. -¿Cómo sería todo, si hubiera luchado por mis sueños de escritor?- me preguntaba constantemente una voz interna, hiriente.

Estaba condenado a una vida rutinaria, gris, con un eterno sabor amargo por tanta frustración y monotonía.

Mis días se sucedían unos tras otros, sin sobresaltos, luchando contra el tráfico y debiendo tolerar los exabruptos de mi jefe.


El lunes pasado había terminado mi jornada y me estaba vistiendo en mi habitación, cuando me asomé a la ventana y vi a aquella mujer que me quitaría el sueño. Me deslumbro la intensidad de sus vívidos ojos, que a la vez revelaban fragilidad, la forma en que su hermoso cabello color caoba caía sobre sus hombros y sus exquisitos labios, que invitaban a besarlos. Vivía en el edificio contiguo y la ventana de su sala daba directo a la mía. Me resultaba imposible dejar de observarla, embobado por tanta belleza, y al mismo tiempo por la sensación de un extraño magnetismo que me atraía hacia ella imperiosamente. Estaba recostada en un gran sillón negro, perdida en sus pensamientos, haciendo algunas anotaciones. Un extraño impulso de protegerla me invadió. Tras unos instantes, al darme cuenta de lo tonto de mi comportamiento, decidí salir de semejante aturdimiento y retomar mis actividades diarias.

Durante esa noche evité mirar a través de la ventana, pero por momentos, mis escurridizos ojos echaban un vistazo al edificio contiguo, sólo para comprobar que todavía seguía allí. En una de estas oportunidades, comprobé que efectivamente ella seguía recostada en el sillón placidamente, pero un nuevo actor entró en la escena. Al principio solo se trataba de una sombra, pero luego noté que era la figura de un hombre que se acercaba hacia donde reposaba la joven, con todos los recaudos, avanzando sigilosamente, con el objetivo de que ella no advirtiera su presencia. Inesperadamente sacó de su bolsillo una pistola, y sin siquiera titubear gatilló en repetidas ocasiones y se retiró, tal como había entrado. Ante semejante deliberación, mi corazón se detuvo y me costaba respirar. Sin dudarlo, me aventuré a aquél departamento lo más rápido que me fue posible.

Al entrar, me topé con una imagen que difícilmente pueda borrar de mi memoria alguna vez:

la joven, recostada en su sillón negro, con sus enormes ojos azules abiertos de par en par,

mirando sin ver, con una extraña expresión de paz

y a su lado el anotador de cuero color café,

en el cual todavía estaba inconclusa la historia que había estado escribiendo toda la noche y que ahora

nunca tendría fin."


Historia uno e historia dos - Relato realizado para el Taller