Dos grandes ojos azules contemplan maravillados la poética forma en que el cielo raso del techo de su nueva casa se desprende, dejando, en su lugar, una enorme mancha de humedad, que en la mente soñadora de esta joven, se asemeja mucho a un barco a punto de zarpar. Su imaginación, desde pequeña, siempre se caracterizó por no tener límites; de esta forma, solo le basta mirar absorta a su alrededor unos instantes, para que un sin fin de ideas aparezcan en su cabeza y las pueda volcar a su viejo anotador de cuero color café. Este fue su compañero fiel durante su infancia, y lo es todavía ahora, a sus veintitantos. Sus intensas pupilas revelan claramente el pesar que la invade y que intenta evadir conduciendo a sus pensamientos a mundos mejores, realidades alternativas, que solo existen en su imaginación, pero que la reconfortan enormemente. –¡Si todo fuera tal como lo soñamos!- se lamenta amargamente. Decide aislar su mente del chirrido incesante de las tuberías, de los gritos provenientes del piso de arriba y sobre todo, de aquél mal de amores que todavía la persigue mordazmente y la hiere aun más, y llega a la conclusión de que la mejor forma de hacerlo es, tal como siempre lo ha sido, refugiándose en la escritura.
Toma su anotador predilecto, raído por tanto uso, cierra sus ojos y busca en los recovecos de su cabeza alguna idea. La imagen de un joven abatido en una oficina viene rápidamente a su mente, y considera que puede ser un punto de inicio para su historia.
"Suspiré largamente y conté hasta diez.
Ya era el décimo método que probaba para tranquilizar mis nervios y evitar así que un impulso violento se apoderara de mí y le diera aquél tan anhelado golpe a mi jefe directo a su nariz.
Se retiró de mi oficina con su soberbia mirada triunfante, mientras mi puño, por lo bajo, seguía fuertemente apretado, amenazante. -¿Cómo sería todo, si hubiera luchado por mis sueños de escritor?- me preguntaba constantemente una voz interna, hiriente.
Estaba condenado a una vida rutinaria, gris, con un eterno sabor amargo por tanta frustración y monotonía.
Mis días se sucedían unos tras otros, sin sobresaltos, luchando contra el tráfico y debiendo tolerar los exabruptos de mi jefe.
El lunes pasado había terminado mi jornada y me estaba vistiendo en mi habitación, cuando me asomé a la ventana y vi a aquella mujer que me quitaría el sueño. Me deslumbro la intensidad de sus vívidos ojos, que a la vez revelaban fragilidad, la forma en que su hermoso cabello color caoba caía sobre sus hombros y sus exquisitos labios, que invitaban a besarlos. Vivía en el edificio contiguo y la ventana de su sala daba directo a la mía. Me resultaba imposible dejar de observarla, embobado por tanta belleza, y al mismo tiempo por la sensación de un extraño magnetismo que me atraía hacia ella imperiosamente. Estaba recostada en un gran sillón negro, perdida en sus pensamientos, haciendo algunas anotaciones. Un extraño impulso de protegerla me invadió. Tras unos instantes, al darme cuenta de lo tonto de mi comportamiento, decidí salir de semejante aturdimiento y retomar mis actividades diarias.
Durante esa noche evité mirar a través de la ventana, pero por momentos, mis escurridizos ojos echaban un vistazo al edificio contiguo, sólo para comprobar que todavía seguía allí. En una de estas oportunidades, comprobé que efectivamente ella seguía recostada en el sillón placidamente, pero un nuevo actor entró en la escena. Al principio solo se trataba de una sombra, pero luego noté que era la figura de un hombre que se acercaba hacia donde reposaba la joven, con todos los recaudos, avanzando sigilosamente, con el objetivo de que ella no advirtiera su presencia. Inesperadamente sacó de su bolsillo una pistola, y sin siquiera titubear gatilló en repetidas ocasiones y se retiró, tal como había entrado. Ante semejante deliberación, mi corazón se detuvo y me costaba respirar. Sin dudarlo, me aventuré a aquél departamento lo más rápido que me fue posible.
Al entrar, me topé con una imagen que difícilmente pueda borrar de mi memoria alguna vez:
la joven, recostada en su sillón negro, con sus enormes ojos azules abiertos de par en par,
mirando sin ver, con una extraña expresión de paz
y a su lado el anotador de cuero color café,
en el cual todavía estaba inconclusa la historia que había estado escribiendo toda la noche y que ahora
nunca tendría fin."
Historia uno e historia dos - Relato realizado para el Taller
No hay comentarios:
Publicar un comentario