lunes, 10 de mayo de 2010
Sentada en la oscuridad lo único que podía pensar era que los ángeles también mueren.
Aferrada a mis piernas que no hacían más que temblar violentamente y con mi respiración acelerada a causa del temor que me invadía, sólo pedía volverme invisible. Eché un vistazo a mi alrededor y contemplé el horror reflejado en los rostros de todos los presentes. Los extraños ruidos proseguían y a ellos se sumó el sonido de pasos acercándose con cautela a la puerta de nuestro anexo secreto.
Con el corazón en el puño, un frío escalofrío recorrió mi espalda. Tras dos años habían encontrado nuestro escondite. -¡Si todo hubiera sido diferente Kitty!- me lamentaba amargamente. Al escuchar a los intrusos intentar remover el armario que ocultaba la entrada, cerré resignada mis ojos y una lágrima se deslizó por mi mejilla. Allí fue cuando mi padre tomó con firmeza mi rostro entre sus manos y susurró: -Ana, pase lo que pase siempre estaré contigo-. En ese instante la puerta finalmente se abrió y dejé mi destino librado al azar.
(Fragmento de lo que podría haber sido la última página del diario de Ana Frank)
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